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A esta encantadora dama creo la reconocemos todos. Soy gran admirador de sus muchas actuaciones en el cine, Srta. Morgan. Gracias, juez. Bueno, sólo quedo yo. Me llamo Michel Raven. Quizá hayan oído de mí. ¿Puedo saber si alguno conoce al Sr. Owen? Esto es ridículo. Mejor irnos ya mismo. La ruta por el desierto no es de las mejores. Debemos estar a km del aeropuerto. Y no vi ningún hotel Hilton en el camino, señor. Lo que le aseguro no me detendrá, señor. Martino nos dijo que Owen llegaría para la cena. Bien. En ese caso, busquemos nuestras habitaciones y acomodémonos. ¿Cree que será una campanilla? ¿Llamó, señor? Ahí está. Estoy listo para ver mi cuarto ahora y también los demás, creo. Claro que sí. Disculpe, señor. Señora. Ése es mi equipaje. ¿Quisiera llevar la mía? Por favor. Gracias. Aquella. Síganme, por favor. Muy bien. Después de usted, doctor. Después de usted. Así que es nueva aquí. Sí. Como es obvio, usted no envió las invitaciones. No, Sr. Lombard. ¿Por qué? Simple curiosidad. ¿Es su abrigo? Sí, gracias. Creo que se equivocó de valija, Sr. Lombard. ¿Equivocado, Sr. Blore? C.M. Sí, C.M. Charles Mornay, un amigo. Olvidé devolvérsela. ¿Lo notó? Y de ser así de observador, Sr. Blore, notará que es de plástico. Plástico. Tenemos cuartos pegados. No me di cuenta. Bien. Sólo radio tomaba una aspirina. Me duele algo la cabeza. De seguro el viaje. A mí me afecta también. ¿No tendría otra de casualidad? Yo radio lo siento mucho. Creo que era la última. Sí, así es. Bueno, de seguro se me irá con un trago antes de cenar. DIEZ INDIECITOS Pudimos quedarnos en Zurich. Pero no. Dijiste que era mejor aceptar otro trabajo. Quieres callarte. Me sobresaltó. Lo siento. Sólo estaba admirando las pinturas. Son bastante lindas, ¿no? Mademoiselle, creo que ya nos vimos antes. ¿En serio? No lo recuerdo. Yo era agregado militar en Saigón, hace unos años. A menos que me equivoque, usted era conocida por otro nombre. Debe estar equivocado. Discúlpeme. Quién hubiera pensado que cenaríamos con diez indiecitos, pero sin nuestro anfitrión. Una lástima. Una cena magnífica. Cierto. Felicite a su esposa, Martino. Gracias, señor. Sí, felicitaciones. Gracias, señor. Doctor, ¿no se nos une con este excelente vino? El agua nunca hace daño, Srta. Morgan, en especial en mi profesión. Muy cierto. Mantiene firme las manos. ¿Está seguro, doctor? Sí. ¿Y las manos están firmes? ¿Mis manos? Damas y caballeros. Quisiera proponer un brindis. Por nuestros diez indiecitos y los amigos ausentes, entre quienes podríamos incluir a nuestro anfritión. Espero no se haya perdido, sino adiós su empleo. No bromee, Sr. Lombard. No bromee. Me llamo Hugh. Soy Vera. ¿Cómo es esa vieja canción? ¿Cuál vieja canción? Esa canción de cuna inglesa, ya sabe. “Diez indiecitos” Está colgada en la pared de mi habitación. Sabe, es curioso. También está en la mía. Y en la mía también. Curioso. En la de todos. ¿Conoce la primera estrofa? La primera estrofa es así. Diez indiecitos salieron a cenar, uno de ellos se ahogó y nueve han de quedar. Nueve indiecitos fueron a radio ¿Cómo sigue? Quisieron trasnochar. Eso es. Uno de ellos radio Echó a correr radio y ocho han de quedar. ¿Y luego qué pasa? Ocho indiecitos radio Vi toda la canción sobre el piano allá. Parece que al Sr. Owen le gustan mucho los indiecitos. Ocho indiecitos decidieron viajar, uno halló un gato y siete han de quedar. Siete indiecitos jugaban a aserrar, se zafó la sierra y seis han de quedar. Seis indiecitos con una colmena quieren jugar, una abejorro picó a uno y cinco han de quedar. Cinco indiecitos fueron al juzgado, a uno lo condenaron y sólo cuatro quedaron. Cuatro indiecitos se fueron al mar, un arenque rojo a uno tragó y tres han de quedar. Tres indiecitos se fueron al zoo, un oso aplastó a uno y sólo quedaron dos. Dos indiecitos sentados al sol, uno de pena murió y uno solo quedó. Ya termina, juez. Sólo le queda un indiecito. Un indiecito, solo quedó uno, y entonces ahorcarse decidió radio y ninguno entonces quedó. ¿Se terminó la canción? Sí. Bien. Gracias por sus amables aplausos, público mío. ¿Nos cantaría algo más alegre? Alegre, no. Pero para usted, algo especial. Damas y caballeros. Les habla su anfitrión. Mi nombre es U. N. Owen. Los he traido aquí para acusarlos de los siguientes crímenes. General Andre Salvé. Cruz de Guerra. Alcanzó el honor por el deshonor y envió a cinco hombres a una muerte segura. Ilona Morgan. Actriz. Lo que hizo causó la muerte de su esposo con suma sangre fría y de forma despiadada. Dr. Edward Armstrong. Lo que hizo mató a la Sra. Ivy Benson, traicionando su sagrada profesión. Michel Raven. Cantante. Culpable de la muerte de William y Lisa Stern cuyos cuerpos al ser hallados, estaban casi irreconocibles. Vera Clyde. Secretaria. Usted mató al novio de su hermana, Richard Barclay, envenenándolo lenta y deliberadamente. Hugh Lombard. Culpable de la muerte de Jennifer Hays quien iba a tener un hijo de usted. Arthur Cannon. Juez del Tribunal de la Reina. Responsable de la muerte de un inocente, Edward Seaton, quien fue ahorcado de acuerdo con su sentencia. Wilhelm Blore, que con un falso testimonio, envió a Kurt Landorf a una fría y solitaria muerte en una celda de prisión. Otto y Elsa Martino. Maliciosa y brutalmente causaron la muerte de su inválido empleador para su propio beneficio económico. Acusados aquí. ¿Tienen algo que decir en su defensa? ¿De dónde? ¿De dónde vino? De acá. Blore, con un falso radio ¡Todo es una maldita mentira! ¿Puedo preguntar quien puso esa cinta en el reproductor? Yo lo hice, señor. ¿Y la reprodujo? Sí, señor. ¿Por qué? ¿Por qué la reprodujo? Pensé que era música. Es la verdad, señor. Yo no lo conozco. Mi mujer puede decírselo. Te dije que nunca debimos venir acá. ¡Elsa! Martino. Pero, ¿qué significa todo esto? Una broma pesada. De muy mal gusto. Debemos irnos de aquí. Mira, no somos los únicos en problemas. Debimos quedarnos en Zurich. ¡Quieres callarte, estúpida! Todos sabemos de donde vino la pareja, el personal, y la Srta. Clyde, por una agencia. Pienso que el resto debería explicar su presencia aquí. Es muy sencillo, señor. Recibí una carta del señor Owen pidiéndome